LA ANSIEDAD EN LOS TIEMPOS DEL VIRUS

ansiedad

La humanidad sufre una situación nunca antes vivida, nos enfrentamos a un peligro que no podemos ver sino por sus efectos, reflejados en el recuento vertiginosamente creciente del número de sus víctimas. El virus es insidioso, invisible, en muchos casos letal, y a estas alturas a nadie se le ocurriría negar su existencia; no quedan dudas de que es real. Todos, en mayor o menor grado, tememos contraer o trasmitir la enfermedad.

 

Los profesionales dedicados al tratamiento de trastornos de ansiedad, entre los que se cuentan el miedo a las enfermedades, o a la contaminación o la suciedad, nos preguntábamos qué iba a suceder en estas circunstancias con nuestros pacientes: ¿se incrementarían sus miedos, aumentaría su ansiedad?

 

Comprobamos que en ninguno de ellos se observó una preocupación excesiva por el coronavirus, e incluso varios llegaron a desestimar la posibilidad de contraerlo. Tampoco se observó un aumento de la ansiedad, ni se incrementaron los controles y chequeos habituales relativos a las enfermedades a las que previamente temían.

 

Evidentemente, temían y se angustiaban más por sus propios “temores fantasma”, que no eran reales y que siempre fueron desestimados en las innumerables visitas a los médicos, que a una enfermedad real, con evidencia comprobada en todo el mundo.

 

Lo mismo habíamos observado en pacientes que padecen ataques de pánico, que sufren síntomas físicos y una angustia compatible con un peligro de muerte inminente durante sus ataques, y que paradójicamente, cuando se encuentran frente a un peligro real, concreto, como ser víctimas de un asalto por ejemplo, se comportan en forma casi heróica, calmados y serenos. Les hemos escuchado decir que el miedo producido por ser apuntados con un revólver no era nada comparados con lo que sentían durante sus crisis panicosas.

 

¿A qué se debe este aparente contrasentido?

 

Las personas que padecen estos trastornos de ansiedad poseen una característica neurológica que consiste en un umbral bajo de excitabilidad de la zona del cerebro que percibe el peligro, ligada a la supervivencia. Esto hace

que las señales de peligro generen una angustia de vida o muerte. Como están situadas en el cerebro, se gatillan con pensamientos situados en el cerebro de cada persona, tornándose en disparadores absolutamente personales: miedo a hacer daño a sus hijos, a ingerir alimentos en mal estado, a contraer determinadas enfermedades, a descomponerse, a sufrir diarreas, a desmayarse, a sufrir un ataque al corazón, un pico hipertensivo, etc.

 

Todos estos miedos comparten algunas características:

 

· son idiosincráticos (absolutamente personales), difieren entre diferentes individuos,

 

· son muy persistentes y resistentes a la evidencia en contrario, ya que son desestimados una y otra vez por los médicos y por los análisis, y aún así no se disipan,

 

 

· no están basados en ningún dato clínico que los avale; no son reales

 

¿Porqué entonces la fuerza y persistencia de estos miedos?: apoyándose en una condición de susceptibilidad neurológica, éstos producen un estilo cognitivo distorsionado. La función cognitiva es aquella que procesa y otorga sentido a las percepciones, tanto internas como las provenientes del mundo. Cuando una persona tiende a percibir con más frecuencia e intensidad el peligro, éste se asocia a algún contenido de su mente y produce entonces ciertas distorsiones en el modo de pensar y categorizar la información.

 

Estos pensamientos distorsionados provenientes del propio cerebro y con contenidos propios, adquieren una fuerza y una verosimilitud que no puede compararse con los datos provenientes del afuera. Así como en una película de terror da más miedo una sombra o un sonido que completamos imaginariamente con nuestros propios temores que el monstruo diseñado por los técnicos, siempre serán más terroríficos y creíbles los miedos provenientes de nuestra propia mente.

 

Sólo con una terapia cognitivo conductual se podrá llegar a detectar cuáles son en cada uno de los pacientes sus propias distorsiones que gatillan sus miedos, y así se podrán corregir desde su mismo origen.



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